viernes, 20 de noviembre de 2009

La agonía de Frei

Frei también era un político que garantizaba seriedad y gobernabilidad. Sin embargo, al día de hoy, es menester decir que resulta difícil creer que un hombre que no puede gobernar su propio comando pueda gobernar al país. No enumeraremos aquí la acumulación de errores y dificultades internas pero no ha sido capaz de construir una plataforma consistente que sustente su candidatura más allá de la lógica clientelista en la que está atrapada la Concertación.


Por Daniel Mansuy Huerta


A veces, escuchando hablar a Eduardo Frei Ruiz Tagle, es inevitable preguntarse por el tipo de momento político que vivía el país en 1993, cuando fue electo presidente. Porque pocas veces un candidato debe haber transpirado tan poco para llegar a La Moneda: eran tiempos en que ganar la nominación interna del PDC equivalía, virtualmente, a ganar la presidencia de la República.


Esta vez, Frei ha debido conocer el lado menos grato del asunto: hacer campaña cuesta arriba, sudando y haciendo todos los esfuerzos que no hizo en su campaña anterior. Y el personaje que antes parecía sobrio, tranquilo y moderado ha mostrado en esta ocasión todos los ripios y limitaciones que antes simplemente ni se vieron. Ahora recién vinimos a saber el tipo de candidato que es Eduardo Frei enfrentado a la exigencia de una elección realmente competitiva, y la verdad es que no ha salido muy bien parado. Frei tiene dificultades serias para articular un mensaje coherente y atractivo, no convoca ni llama, no atrae ni convence: gana desde luego al votante más duro de la Concertación (cómo no), pero le cuesta una enormidad ir más allá.


Esto, por cierto, no significa que carezca de virtudes: de hecho, es candidato única y exclusivamente gracias a su notable perseverancia. Está dando la lucha que los más altos próceres prefirieron mirar cómodamente sentados desde el living de su casa: nadie podría negarle el mérito de haber ido al frente cuando otros miraban para el lado. Sin embargo, en el camino ha ido perdiendo algunos de sus mayores atributos, como la seriedad y la moderación. Ha cambiado tanto y tantas veces de discurso, se ha esforzado tanto por ser progresista cuando todos sabemos que no lo es, ha dado un vuelco tan grande en su actitud con el PC, que su propia identidad política se ha vuelto más bien difusa. El último ejemplo, pero no el único, fue declararse heredero político de Salvador Allende. Está bien querer ganar votos, pero la verdad es que hacerlo traicionando la historia política de su propio partido puede ser contraproducente. En el fondo, él mismo lo sabe, y por lo mismo no pudo evitar ponerle mala nota al gobierno de la Unidad Popular cuando le preguntaron, contradiciéndose con lo dicho pocos días antes. Más hubiera ganado Frei siendo honesto con su propia trayectoria e identidad, que no es otra que la de un hombre moderado de centro. Todo el resto resulta poco creíble.


Frei también era un político que garantizaba seriedad y gobernabilidad. Sin embargo, al día de hoy, es menester decir que resulta difícil creer que un hombre que no puede gobernar su propio comando pueda gobernar al país. No enumeraremos aquí la acumulación de errores y dificultades internas que han afectado a su comando, pero es claro que han existido problemas graves. Frei no ha sido capaz de construir una plataforma consistente que sustente su candidatura más allá de la lógica clientelista en la que está atrapada la Concertación, y más allá del cuidado lenguaje del senador Pizarro. Porque una cosa es tener alcaldes, concejales y diputados, pero otra muy distinta es darle a todo eso una unidad programática de cierto calibre.


Frei ha ido perdiendo así sus propias ventajas comparativas, y se ha quedado con un solo argumento: el continuismo. Pero mientras más intenta acercarse a la Jefa de Estado, más patente queda su propia debilidad. En el último debate, su única respuesta frente a una pregunta fue que continuaría con la obra de Michelle Bachelet. Se han visto candidatos más propositivos e innovadores. Frei insiste de modo tan majadero en colgarse a la figura de Bachelet que pierde identidad, pierde fuerza. Olvida muy rápido que tiene darnos buenas razones para votar por él, porque no es Michelle Bachelet la candidata. Y, de paso, no entiende que la popularidad de la Presidenta es inoperante políticamente hablando, no sirve de nada.


Mucho podría decirse sobre esto, pero baste anotar que en la votación del presupuesto la mayoría de los diputados oficialistas no votaron favorablemente la partida de educación, contra la indicación expresa de Palacio. Si Bachelet no es capaz de ordenar a sus parlamentarios, menos podrá traspasar su popularidad, que es un espejismo político más que otra cosa (aunque, la verdad, sea dicha, ni Sebastián Piñera ni Marco Enríquez salen mucho mejor parados de este lamentable episodio: uno ni siquiera votó, y el otro tampoco pudo ordenar a sus parlamentarios. Como para hacer reflexionar un poco más a quienes proponen régimen parlamentario o congreso unicameral).


Por último, la popularidad de Michelle Bachelet ha servido para esconder un fenómeno que la campaña presidencial ha evidenciado en toda su crudeza: la Concertación actual es una coalición agotada, que no da para más. Los malos hábitos se han hecho muy frecuentes, las cúpulas autocráticas se han alejado demasiado de la gente y ya no hay proyecto común ni líder que ordene. Cualquier observador lúcido debería poder decir que, hoy por hoy, lo mejor que le puede pasar a la Concertación es perder.


Salir del poder, entrar a la sociedad civil, abrir las ventanas, tomar aire, respirar, pensar y trabajar. Permitir la emergencia de liderazgos nuevos, que están hace mucho tiempo bloqueados por los viejos tercios que se resisten a dar un paso al costado. Mirado así, el intento de Frei será recordado simplemente como el último y triste estertor de una coalición que se resiste aceptar un destino inevitable.

El Mostrador

No hay comentarios:

Publicar un comentario