Al fin de una campaña presidencial, es decir, en aquella etapa que el periodismo, utilizando una metáfora hípica, llama coloquialmente la “recta final”, muchos se sienten tentados a escrutar el futuro inmediato y proponer sus pronósticos. Las ciencias sociales, al igual que la meteorología, lamentablemente no funcionan de manera mecánica sino más bien probabilística. Así, las encuestas con todo su rigor sólo son capaces de establecer tendencias más o menos aproximadas. De este modo, pareciera que lo más sensato y serio frente a un proceso electoral es más bien hacer un balance de lo que ha sido la campaña, y señalar aquellas tendencias que se deducen de los índices que tenemos a la mano.
El paisaje electoral ha quedado circunscrito a cuatro figuras que se disputarán la primera vuelta. Estas figuras representan de manera algo esquemática y resumida las corrientes que atraviesan a la sociedad chilena por estos días. En cada uno de ellos se conjuga un discurso y un perfil personal, de esa ecuación surge un candidato sonriente, esto es, una imagen, un producto o un verosímil. Los electores se pronuncian por la imagen, es decir, por un sujeto de carne y hueso que expresa un libreto plagado de promesas.
Lo primero que llama la atención de este proceso electoral es la escasez de ideas. Es más, pareciera que la “visión de país” está pasada de moda y que ha sido sustituida por hermosas frases publicitarias, tan poéticas como vacías. Los electores tienden a confundir la contaminación mediática, saturada de imágenes y lugares comunes, con la presencia de ideas. Ni siquiera los “debates” logran sacar a los candidatos de su libreto: La política se ha vuelto casi una disputa de personalidades.
La campaña ha exhibido mucho ruido y pocas nueces. Las candidaturas se han jugado en dos grandes frentes: por una parte, la imagen próxima, amigable, espontánea y familiar del candidato; por otra, una casuística infinita de críticas sobre aspectos de la contingencia. La campaña se instala en la vida cotidiana de los chilenos, así, todas las candidaturas muestran su profunda preocupación por una serie de temas que adquieren una importancia y una urgencia rara vez vista en el país: jubilados, medio ambiente, minorías sexuales, minorías étnicas, doña juanita, la educación de nuestros niños, la atención primaria en salud, la delincuencia y la seguridad ciudadana, los pescadores y un largo etcétera. Habría que consignar que la única candidatura que ha exhibido algunas nueces es la de Jorge Arrate, que posee la virtud de instalar su visión de país en un marco amplio de cambio constitucional y un cuestionamiento de fondo del modelo económico.
En el Chile de hoy, marcado por el consumo y la mediatización, un mensaje deliberativo y anclado en convicciones es capaz de llegar a sectores muy determinados de la población. Por ello, las candidaturas de mayor éxito electoral han sido aquellas que apelan a la seducción mediática. Es claro que en este terreno destaca la candidatura de derecha y aquella del concertacionista rebelde, ambas con logros significativos en las encuestas. Por último, el candidato oficialista ha debido plantearse más bien desde una estrategia defensiva plagada de obstáculos.
En este panorama, las tendencias de primera vuelta indican que la candidatura del señor Piñera se instalará sin grandes dificultades con una primera mayoría relativa. El oficialismo lograría instalar precariamente a su candidato en un segundo lugar, esto a pesar del desgaste y debilitamiento producido por la otra candidatura surgida de la Concertación. Con los datos disponibles, el escenario de segunda vuelta es completamente incierto todavía, pues depende de los procesos de negociación política que se inauguran una vez concluida esta primera etapa. A diferencia de las elecciones parlamentarias, encorsetadas por una legislación que las hace altamente previsibles, la elección presidencial de este año es la primera cuyo resultado final no es posible deducir de ninguna encuesta.
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