* Javier Meneses
Después de las volteretas y renegación de mediados de los ochenta acentuada con la caída del bloque socialista del Este europeo y de la Unión Soviética, de viejos y no tan viejos militantes socialistas, comunistas, miristas y otros, los cuales, en su gran mayoría emigraron o al Partido Socialista ahora Renovado o al Partido por la Democracia (se autodefine progresista), una especie de máquina de emisión de certificados que garantizaba el acceso a los puestos ofrecidos por el Estado, llámese diputaciones, senatorias, alcaldías, directorios y otros puestillos de menor valor, pero que granjean el nuevo clientelismo político que es la base de la Concertación hoy día, creí que lo vivido con mucho dolor y hastío en estos últimos años había tocado fondo. No es que muchos de los renovados de hoy no mantengan relaciones carnales con el antiguo enemigo que antes decían combatir con encono y sobretodo verborrea revolucionaria, sino que al menos, adversaban políticamente con la dirigencia más rancia de la aristocracia y oligarquía chilena que hoy se representa por los partidos de la Unión Demócrata Independiente y Renovación Nacional.
Reflexiono sobre esto a propósito de la incorporación del ahora Senador Fernando Flores ex ministro de Hacienda y Economía de Salvador Allende a la Alianza por el Cambio nombre de marca con que la derecha se presenta a las elecciones de diciembre de este año. El hecho que un ex ministro de la Unidad Popular aparezca reconvertido públicamente apoyando decididamente a los que promovieron el golpe de estado de 1973, los mismos que patrocinaron la desaparición de cerca de 3000 chilenos y de miles de torturados no es un hecho de significancia menor. La explicación dada por el senador es que está aburrido de la mediocridad que encarna la Concertación, y cómo él se siente por encima de los mortales se ha sumado a este “nuevo proyecto” que sería la exaltación misma de la eficiencia humana.
Cuando sus ex compañeros le reprochan su pasado, espeta que no aceptará el “chantaje moral”, que él pasó por pellejerías (3 años de reclusión y exilio), y debemos presumir que aquello le da garantías y fuerza argumentativa para elegir el mejor camino para Chile, por supuesto, el que él y otros “iluminados” como Sebastián Piñera, por el cual, confiesa sentir una profunda admiración, para cambiar de banda y de bando como el quiera. No faltan los que aplauden la valentía del senador, las palmadas vienen siempre de aquellos que no tienen compromiso sino con ellos mismos, como es el caso del sociólogo Fernando Villegas quien de oficio salió en su defensa en un artículo del diario la Tercera.
Que distinto puede ser el apego a principios de unos y otros, quien es consecuente hasta el final pasará como mártir o héroe; el tránsfuga, el escalador, el acomodaticio siempre tarde o temprano quedará reducido al olvido o a la condición abyecta de traidor. Esto no es una cuestión de más o menos moral, pues ésta siempre se situará en un contexto histórico, y es precisamente en mérito de estos hechos históricos que medimos a unos y a otros. Sólo pondré en la memoria dos ejemplos, uno de dimensión universal, la actuación final del ex presidente Salvador Allende, y otro, mucho menos conocido el asesinato de Víctor Díaz López, dirigente sindical de la CUT y a la fecha de su muerte subsecretario General del Partido Comunista de Chile.
No me explayaré en la figura de Salvador Allende, sólo recordaré parte de su último mensaje a la nación. “ … yo no tengo pasta de apóstol ni de mesías. No tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile; sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás. Que lo sepan, que lo oigan, que se lo graben profundamente: dejaré La Moneda cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera, defenderé esta revolución chilena y defenderé el Gobierno porque es el mandato que el pueblo me ha entregado. No tengo otra alternativa. Sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo. Si me asesinan, el pueblo seguirá su ruta, seguirá el camino con la diferencia quizás que las cosas serán mucho más duras, mucho más violentas, porque será una lección objetiva muy clara para las masas de que esta gente no se detiene ante nada...”
Sin duda que hay una diferencia entre ser un representante de algo, como por ejemplo Senador, a la de un luchador social como se autodefine el ex presidente. La figura de Allende se empina justamente no por su representación como Jefe de Estado, sino por su amor a la humanidad, especialmente con los trabajadores y el pueblo, a los cuales, el jamás traicionó.
Víctor Díaz López, obrero gráfico fue detenido el 12 de Mayo de 1976 en su domicilio. Tenía la responsabilidad de dirigir y rearticular al Partido Comunista en la clandestinidad, permaneció en calidad de detenido desaparecido hasta que en 2007 ex agentes de la DINA revelaran al juez que investiga la causa conocida como el Caso Conferencia, las circunstancias de su muerte. La suya fue una muerte cruel, tan cruel como lo fue la tortura que debió soportar, permaneció más de ocho meses detenido, y debió presenciar la tortura y muerte de algunos de sus compañeros de dirección los cuales todos fueron asesinados. En la declaración de uno de los ex agentes que develaron el caso se puede leer “…. Piña ya confesó: fue él quien lo asfixió con una bolsa plástica mientras Daza y Escalona lo sujetaban. Y la teniente de Ejército Gladys Calderón Carreño, que se decía enfermera, esperó a que terminaran y le inyectó cianuro en la vena, para asegurarse de que estaba muerto…”
El agente apodado el mocito fue quien recibió el cuerpo, ya envuelto en un saco y con un trozo de riel amarrado al cuerpo. “Trasladé el cuerpo de Víctor Díaz hasta el estacionamiento del cuartel y lo metí en la maleta de un auto” , después de esto continúa su relato señalando que el cuerpo de Víctor Díaz lo llevaron hasta Peldehue, un recinto militar del Ejército, para desde allí en helicóptero ir a tirarlo al mar junto a los cadáveres de otros prisioneros.
Al igual que el ex presidente Allende lo que imprime tal magnánimo sacrificio es una profunda lealtad hacia los otros, hacia el amigo, el vecino, el compañero, a un proyecto de sociedad superior, es un desprendimiento casi absoluto por nuestros intereses egoístas incluso al punto de negar el propio instinto de supervivencia. Por el contrario, la traición asumida por el Senador Fernando Flores y reivindicada como el derecho a cambiar descansa en su propia vanidad. Si, aquella que describiera Nietzsche como “La vanidad es la ciega propensión a considerarse como individuo no siéndolo...”. Es su vanidad extrema quien lo empuja a creer que el puede decidir sin importar el resultado de sus actos, y son sus actos los que lo llevan por el camino de la traición.
Sin duda, los sacrificios de Allende y de Víctor Díaz no están a la altura de las “pellejerías” que sufrió el Senador Flores, quien en su exilio en los Estados Unidos se dedicó a una exitosa carrera empresarial, aprovechando de paso viejos contactos adquiridos en su condición de ex ministro. Luego, el senador Bitar y amigo personal a mediados de los noventa, quien presidía el Partido por la Democracia, lo invitó a aportar su talento a Chile, y le abrió un cupo senatorial en la primera región. Es así como este personaje antítesis de un luchador social ocupa hoy uno de los mayores cargos de la nación. Desde esa privilegiada posición que seduce aún más su ego, clavó primero su estocada a los dueños de casa que lo acogieron, para ahora aterrizar rampante junto al trucho candidato de la derecha que lidera las encuestas a la presidencia.
Nuevamente son las acciones las que permiten juzgar a los hombres, y sobre esas acciones es que afirmo la podredumbre moral del senador Flores.
El cambiar de ideas no es lo malo, pero el tolerar y aceptar la injusticia que antes pregonaba combatir sí, un retiro en silencio tal vez sea más digno, pero por ningún motivo este pueblo del cual soy parte aceptará que se pisotee la memoria de nuestros muertos.
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